A lo largo de mi vida me ha tocado padecer, con la cámara al hombro, todo tipo de calamidades. La guerra, los huracanes y terremotos, las epidemias. Es la primera vez que enfrento una situación de crisis –del tamaño de la que vivimos además- desde la impotencia y la indefensión de los ciudadanos, de esos que sin la posibilidad de cuestionar al poder, de penetrar los meandros de la crisis y hacerse así de respuestas, se ven expuestos, en calidad de espectadores pasivos, a la información o a la falta de ella, que nos recetan los gobernantes.
Siempre he pensado que en condiciones de crisis, el miedo, bien administrado, es una herramienta para la sobre vivencia. La experiencia me ha demostrado que los temerarios y los ignorantes son los que más pronto mueren y son los que arrastran a otros a la muerte. La valentía es la prudente y objetiva aceptación del peligro; la conciencia de que, por un lado, esta ahí amenazante, frente a nosotros, pero de que también, por el otro, conocemos su rostro, sabemos de qué esta hecho y somos, por tanto, capaces de enfrentarlo.
Sólo quien es capaz de hacer del miedo un instrumento de navegación, suele sobrevivir. Esta habilidad vital sólo la obtiene aquel que cuenta con información contínua y suficiente, clara y consistente para aquilatar los riesgos a los que se enfrenta y tomar las medidas pertinentes o bien asumir, con responsabilidad y sin dilación de ninguna especie, las que el estado, en cumplimento de su tarea, determina como necesarias para sortear el peligro.
Los ciudadanos, para servirnos del miedo y no sucumbir ante él, necesitamos que el gobierno cumpla con la tarea de informarnos puntual y objetivamente y esto, me temo, no sucede cabalmente.
Corren todo tipo de rumores, que se esparcen con rapidez y producen terror y desconfianza. Cunden también las teorías conspirativas y las especulaciones que termina por crear una confusión de enorme poder corrosivo. Los mexicanos -¿Cómo habría de ser de otra manera?- tenemos poca o ninguna confianza en los gobernantes y en las instituciones. A pulso se han ganado quienes nos gobiernan ese descrédito. No pueden por tanto exigir actos de fe. Incluso la incuestionable rectoría del estado en materia tan delicada como la salud y la vida, que es lo que está en juego en este momento, no se acepta tan fácilmente. Toca a quienes nos gobiernan hacer un esfuerzo para convertirse de golpe en estadistas.
Es preciso que los gobernantes sustituyan las arengas políticas de unidad entre los mexicanos y de exaltación de los esfuerzos gubernamentales por información más clara, más precisa, Nada más importante en estos casos que sustituir la retórica vacía por la verdad llana, diseccionada, expuesta de manera sobria, parca, directa.
La danza de cifras en la que se ha perdido el Secretario de salud, por ejemplo, ha terminado por inocular en la población el virus de un nuevo tipo de descrédito gubernamental que, en las actuales circunstancias, resulta extremadamente peligroso. No puede mellarse más la confianza ciudadana.
No debe nadie, además y menos ahora, darse el lujo –como Lozano- de aprovechar la tribuna para hablar en un tono descaradamente propagandístico, confrontarse con el gobierno del DF o bien buscar –con ese insistente bombardeo de tarjetas a otros secretarios- un absurdo y totalmente inoportuno protagonismo.
No es tiempo de hacer política, menos campaña electoral.
Es la hora de los médicos y los científicos; no de los funcionarios. ¿Para qué se designan voceros, que son además autoridades en su campo, sino no se les concede jamás el uso de la palabra? Toca a los funcionarios hablar de las medidas preventivas que el gobierno ha decretado y sus alcances y luego callar. Son los especialistas, sobre los que no pesa carga de sospecha alguna, los que deben hablar de la epidemia y orientarnos.
Además de tener la sensibilidad y la prudencia para ceder el protagonismo a los especialistas los políticos deben saber que con el tiempo de la gente –y menos en estas circunstancias- no se juega. Los continuos retrasos en las horas fijadas para las comunicaciones oficiales exacerban la angustia en la población y le dan a ésta una medida exacta del respeto que la autoridad siente por ella.
Y hablando de respeto por la gente resulta inconcebible, por otro lado, que gobiernos –del PAN, el PRI o el PRD- que gastan enormes sumas de dinero público en propaganda no se tomen el más mínimo cuidado en producir mejor las conferencias de prensa y los comunicados oficiales. Confiados en el poder de su palabra los funcionarios improvisan y no hacen uso de ningún apoyo gráfico; cumplen –y mal- con el expediente de atender a la prensa y no se preocupan de proporcionar elementos –gráficas o animaciones- que permitan al televidente medir, comparar y entender mejor el panorama.
Más que de “unidad entre los mexicanos” –que ya estamos unidos en la desgracia- es tiempo de unidad entre los políticos y también, para variar, de honestidad y eficiencia. Hoy tienen –los gobernantes de los distintos partidos- una oportunidad única de recuperar la majestad y la dignidad de la política. Eso esperamos los ciudadanos que no necesitamos que nos espanten el miedo sino que nos informen para servirnos de él, eso les demandamos.
jueves, 30 de abril de 2009
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1 comentario:
BRAVO!!!
(:
saludos pachon!
Ponch
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