jueves, 17 de diciembre de 2009

LOS SALDOS DE CALDERÓN.

Conveniente y apenas oportuna resultó, para Felipe Calderón, la caída en un enfrentamiento en la Ciudad de Cuernavaca, de Arturo Beltrán Leyva. Con la cabeza del “jefe de jefes” en la mano, Calderón pasea ahora con la frente en alto en Copenhagen donde, aprovechando los reflectores apenas unas horas antes, había puesto sobre el tapete, con la iniciativa de reforma política, su última y más radical apuesta antes de que, tras “tres largos años”, termine su mandato.

Aunque no se puede desestimar la importancia del golpe que la armada de México ha dado al narcotráfico, lo cierto es que en las filas del crimen organizado, no bien ha muerto el capo mayor, se lanzan ya vivas a su sucesor. Y es que los liderazgos, en ese mundo, duran poco y se renuevan de inmediato.

A sangre y fuego se ganan; de igual manera se pierden: a veces debido a la acción de los cuerpos de seguridad, otras veces a manos de narcotraficantes rivales que o ejecutan ellos mismos las operaciones o bien filtran información al Estado que resulta, paradójicamente, defensor de sus intereses criminales.

El hecho de que el Chapo Guzmán, enemigo declarado de los Beltrán Leyva, quien se fugara en el sexenio de Fox del penal de alta seguridad de Puente Grande, se mantenga libre e impune y se vea beneficiado directamente por la desaparición de su rival, siembra para muchos la sombra de la sospecha sobre el éxito más grande obtenido en tres años de guerra.

¿Habremos vuelto a los tiempos en que el gobierno se aliaba con un cartel para perseguir a otros? ¿Habrá sido el Chapo quien entregó a Beltrán Leyva? Estas son las preguntas que muchos mexicanos –y no sin razón- comienzan a hacerse.

Mientras las críticas a la guerra declarada por Calderón arrecian y desde distintos flancos se habla de la necesidad de revisar la estrategia o, incluso, ante lo que se considera su fracaso rotundo, de modificarla sustancialmente; la caída de uno de los capos mas sanguinarios, la irrupción exitosa de la Marina como nuevo protagonista estelar, parece dar un respiro a un hombre urgido por conseguir una legitimidad que, de origen, no tiene y sobre la cual tendría que construir su legado.

Un hombre que se precipita a la segunda mitad de su sexenio con las manos vacías y que, de no producirse un milagro, habrá de ser de alguna manera el artífice de la restauración del antiguo régimen.

Con un saldo negativo de reformas frustradas, desempleo creciente, solo victorias parciales en su guerra contra el narco y la nación sumida en una crisis económica estructural y profunda que no puede ya atribuirse a causas externas, Calderón y su gobierno están destinados a dar por concluido el breve, frustrante y desangelado paso del PAN por la presidencia de la república.

No podía Felipe Calderón, su pena de entregar el país al crimen organizado, como lo hizo en un acto de flagrante traición a la patria Vicente Fox, menos que dar la batalla frontal contra los capos.

En las actuales circunstancias y frente a la tolerancia del gobierno de los Estados Unidos ante el consumo creciente de drogas en su territorio y su criminal ineficiencia en el combate a sus carteles locales, es esta una lucha por la sobrevivencia del Estado. O se libra sin cuartel o lo perdemos todo.

El problema es, sin embargo, el cariz político y propagandístico, que como a todos sus actos, imprime Calderón a esta lucha y cómo, además, debido a su cada vez más evidente perfil autoritario, la ha convertido en una guerra parcial que se libra sólo a balazos y cuyas victorias, por tanto, están condenadas a ser de muy poco calado.

Una guerra así en la que se atacan sólo los efectos y no las causas está destinada a perpetuarse, a volverse, una forma de vida.

Olvidándose de combatir las razones que hacen que miles de jóvenes se sumen al narco, sin una política de salud pública coherente e integral que atienda el creciente consumo local, sin instrumentos eficientes para desmontar el poder económico y financiero de los capos, Calderón ha terminado por hacer de la exhibición de la fuerza pública en las calles el instrumento fundamental de su estrategia de legitimación.

La guerra para Felipe Calderón y los suyos, parafraseando a Claussewitz, es la lucha político-electoral por otros medios.

Porque aun en este quehacer sustantivo, en el que está en juego la viabilidad de la nación, cargan los dados. El combate al narco es utilizado como arma con la que se beneficia, por omisión incluso como en el caso del gobernador panista de Morelos, a los aliados y se perjudica a los adversarios políticos.

Además, claro, de la utilización del miedo, el factor de la inseguridad y la mano dura del gobernante, a la usanza de los regímenes fascistas, como herramienta propagandística primordial; la reedición pues, en verde olivo, del “peligro para México” que es preciso conjurar.

Así enfrentó Felipe Calderón en el 2006 a López Obrador. Así, al parecer, se prepara para enfrentar en el 2012 al hombre, que con la bendición papal, intentará ganar las elecciones y llevarnos de nuevo al pasado.


http://twitter.com.epigmenioibarra

2 comentarios:

Estampa de Oaxaca dijo...

Si Enrique Peña Nieto logra su proposito de llegar a la presidencia será el peor escenario para Calderón, pasará a la historia como el presidente que permitio la restauración del antiguo regimen autoritario en una versión corregida y aumentada.

pablo dijo...

12 años no es un periodo muy corto de estancia en el gobierno de ningún país. y en méxico, incluso comparado con los 70 años previos del pri, tampoco, es cerca de la sexta parte de ese tiempo. cabría esperar que las cosas hubieran mejorado en ese lapso al menos en una proporción parecida. que la calidad de vida -de poder hacer una medición precisa al respecto- de cada mexicano fuera 1.16 veces mejor que hace una década. me parece que tampoco con la salida del pan de los pinos y el eventual arribo del pri, podríamos asumir un regreso al viejo régimen. pues la llamada transición democrática sólo ha implicado en méxico cambios de institutos de políticos, pero muy poco en ideas y acciones. la vida política sólo cambió en la forma en que la nobleza de aquellos institutos se comporta, pero el sistema de neo-feudos continua, sin importar el cambio de partidos en los gobiernos. los gobernadores se convirtieron en una especie de virreyes con gran independencia del reino central, y es lo que ha ayudado en gran medida al exacerbado crecimiento de capacidades y poder del crimen organizado. pero esa independencia tampoco implica un alejamiento del régimen heredado de la revolución, implica su representación al grado del paroxismo. calderón se comporta como lo hace en su guerra contra el narcotráfico y los demás frentes de batalla que ha abierto a lo largo del sexenio por la herencia política de un régimen -en donde un hombre toma decisiones sin importarle más que su legado y satisfacción personal- en el que poco importa el hacer política, el conseguir consenso. importa más la imagen el deseo y el logro personal. ergo, el autoritarismo pasa, primero, por pasiones personales. vivimos y sufrimos la pasión de calderón.