jueves, 22 de julio de 2010

EL OTRO ROSTRO DE CALDERÓN

Vicente Fox utilizó la estupidez como coartada. Enmascaró con gazapos y tonterías, festinadas por la prensa y sobre todo la TV que lo convirtió en el bufón que México esperaba, trampas y corruptelas que fueron después diligentemente tapadas por su partido y su sucesor y al final, metiendo ilegalmente las manos en el proceso electoral del 2000, consumó una de las más trágicas traiciones de la historia reciente de México.

No traicionó Fox, como otros caudillos del folclore político nacional, ni a su partido ni a sus correligionarios, ni siquiera a su ideología. Al contrario, luego de soltar como lastre algunos tontos útiles y compañeros de viaje, se mantuvo idéntico a sí mismo –conservador a ultranza, dogmático y autoritario como buen hacendado- desde el arranque de su larga campaña hasta el final de su mandato.

Traicionó, eso sí, a millones de mexicanos que, con sus votos, depositaron en él la esperanza de una transición efectiva a la democracia; que esperaron que, con él, caerían los peces gordos y se daría el tiro de gracia al antiguo régimen, a ese que por más de 70 años hundió al país en la corrupción, la impunidad y la injusticia.

Antes que eso Fox –incumpliendo la promesa por la que llegó a la presidencia- hizo de inmediato suyos los usos y costumbres del régimen autoritario, abrió las puertas de la restauración a un PRI legitimado por la alternancia y al que mantuvo, impune e intacto aun a pesar del PEMEXGATE, a cargo de la hacienda pública y de las instituciones clave del Estado.

Engañó Vicente Fox, sabedor de la extraña predilección del mexicano por los antihéroes ridículos, a muchos. Otros, simplemente, lo subestimaron considerándolo un “ranchero folclórico”, un tonto de solemnidad y fueron arrasados por una derecha que, desde su triunfo, se ha venido consolidando bajo distintas banderas; la del PAN siempre que puede, la del PRI cuando le conviene y hasta la del PRD cuando hace falta.

Trabajó Fox para la pantalla de la TV privada ante la cual abdicó del poder recibido de los ciudadanos en las urnas y de la mano de esa misma pantalla de la TV, su instrumento primordial de gobierno, del poder del dinero y de la iglesia, maniobró para colocar en la silla, “haiga sido como haiga sido” a Felipe Calderón Hinojosa un hombre que, en función de la deuda con él contraída y la ilegitimidad misma de su mandato, estaba obligado a cubrirle las espaldas y era garantía, por su misma vocación autoritaria, de continuidad de la línea de intolerancia ante los cambios sociales y sumisión ante los barones del dinero.

De su tristemente célebre “mecha corta” Felipe Calderón ha transitado, por el ejercicio del poder y el hecho de verse reflejado todos los días y a todas horas en el espejo de la TV, a una condición de gobernante irascible e intolerante que, además, desde el proceso electoral y la guerra sucia en el desatada contra “el peligro para México”, se siente llamado a encabezar una santa cruzada.

Bien le ha sentado en estas condiciones a Calderón la “guerra contra el narco”. Necesitaba un conflicto para ejercer de general. Mudar de un peligro a otro era preciso y urgente y Vicente Fox, que cedió al crimen organizado enormes porciones del territorio nacional, le facilitó la tarea.

Sin mediar entonces reflexión alguna sobre los alcances de una decisión de esa naturaleza se vistió de verde olivo y lanzó masivamente al ejército a las calles, lo que de inmediato determinó su ineficiencia y –con afanes propagandísticos y de legitimación tardía- transformó la necesaria lucha contra la inseguridad en una guerra terriblemente cruenta y sin perspectivas de victoria.

Desde esa posición de “iluminado” Felipe Calderón criminaliza sin mediar averiguación policiaca o resolución judicial alguna a las victimas de “su guerra”; todos los muertos son sicarios y narcos, estigmatiza a los deudos que se atreven a reclamarle sus calumnias y descalifica a quien osa criticar su estrategia. Es el suyo el llamado típico del dirigente faccioso que convoca a la unidad nacional y promueve el linchamiento de quien no quiere formar parte de sus incondicionales.

Y como a Vicente Fox muchos cometen el error de subestimarlo. Gobernante fallido de un Estado fallido le dicen y lo creen inocuo para el país y su futuro mientras Felipe Calderón, escudado en esa subestimación, continúa asestando, a la ya de por sí muy malherida democracia mexicana, golpe tras golpe sin rendir cuentas ante nadie y enmascarando sus acciones con un bombardeo inclemente de spots y campañas propagandísticas pagadas, claro, con el dinero de los contribuyentes.

A Vicente Fox y a Felipe Calderón, para desgracia nuestra, la sumisión ante el poder del dinero y la adicción a la propaganda los hermana, la indiferencia ante el sufrimiento de decenas de miles los une, la soberbia, el autoritarismo apenas disfrazado los identifica. Es el otro rostro de Calderón el mismo de Fox; el de esa derecha confesional que quiere llevarnos al pasado y que tiende la mano al PRI en su regreso.


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1 comentario:

Sotrois dijo...

¿Qué pasaría si Calderón siempre supo desde el inicio de la guerra contra el narco lo que iba a suceder? Como por ejemplo, un escenario en 2012 que fuera totalmente impenetrable en el ámbito electoral, toda la República rota por la corrupción y Calderón pidiendo un lapso porque la desestabilización del país no permite elegir nuevo presidente.

¿Y si él quiere que todo esté en llamas y más sangriento que hoy para perpetuarse?

Es un supuesto, pero si este hombre ha sido capaz de meter al ejército a las calles, de proteger a Molinar por lo de ABC, de no haber pedido juicio a Marín en Puebla, como lo prometió en campaña y no cumplió... Si fue capaz de premiarlos al dejarlos donde están, ¿no sería capaz de cualquier locura?