“Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.”
Blas de Otero
Pensaba escribir sobre el secuestro del #jefeDiego y la aparición de una nueva fotografía suya en cautiverio, acompañada de una carta (supuestamente de su puño y letra) y un comunicado de los secuestradores y el debate periodístico suscitado en torno a esto, pero no puedo, ni quiero, ni debo hacerlo.
Aun a pesar del peso de este asunto y sus implicaciones en la agenda nacional dejo el tema pendiente. Que, por lo pronto, los poderosos se ocupen o no se ocupen, si les viene en gana, de ellos mismos. Indignante resulta de por sí que se discuta si son 30 o 50 millones de dólares la cifra que exigen los secuestradores por el rescate del ex dirigente panista.
Qué políticos tan cínicos y corruptos los nuestros que, gracias al poder que en las urnas reciben o en los pasillos del palacio tranzan y negocian, se hacen tan inmensamente ricos. Qué tragedia la de esta patria desgarrada que se han repartido como botín esos que, supuestamente, deberían servirla.
Allá ellos, por hoy, y sus corruptelas y tragedias, que también lo son, en este espacio al menos.
Debo y quiero hablar aquí de quienes no tienen más defensa que su propia pluma, su libreta de notas o su cámara, de los reporteros que, en distintos puntos del país, en un ejercicio de enorme dignidad y valentía arriesgan la vida y “abren los labios para ver” y contarnos -le agrego a Blas de Otero- “el rostro duro y terrible de la patria”.
Ante la creciente ola de violencia criminal que, incontenible, avanza y amenaza cubrir todo el territorio nacional nos queda o nos quedaba la palabra y hasta esa herramienta primordial, “si abrí los labios hasta desgarrármelos” dice el poeta español, hemos comenzado a perder.
¿Y si nos quitan la palabra qué nos queda? Porque es eso lo que el crimen organizado pretende, o pretendía al menos en una primera etapa, al asesinar y secuestrar periodistas. Sellar esos labios que dan testimonio de lo que en este país sucede o peor todavía volverse ellos mismos, los sicarios, los capos, los asesinos interpretes únicos de esa realidad.
Porque el crimen necesita de ese silencio, el de la prensa crítica, objetiva, de esa para la que no hay más mandato que el de los hechos, para seguir operando impunemente. Porque el terror se expande cuando la palabra, la crónica, la historia puntual de los hechos no lo desnuda y exorciza.
Para garantizar ese silencio el narco que, en primera instancia y apegado a la norma de “plata o plomo”, simplemente se dedicó a comprar o matar reporteros ahora ha dado –y como respuesta al exceso propagandístico del gobierno y a errores editoriales trágicos (la foto de portada de la revista Proceso que muestra a Julio Scherer abrazado por el Mayo Zambada por ejemplo)- un salto cualitativo en su estrategia comunicacional.
Descubrió el narco el poder de la palabra y de la imagen televisiva y con ellas también quiere quedarse, sobre ellas también, a punta de fusil, quiere regir.
Del crimen ejemplar (los decapitados, los colgados) que hace del cadáver mutilado el mensaje, a la narco manta y el video de interrogatorios y ejecuciones en youtube el narco pasa ahora a querer establecer, mediante la extorsión y la amenaza, la política informativa de medios impresos y canales de TV.
Alcanza ahora el narco, secuestrando reporteros locales, aquellos que tiene al alcance de su mano y a corresponsales enviados desde las capitales, los centros neurálgicos de decisión de la prensa nacional y ante esto ¿qué nos queda?
No puede ni debe el gobierno mantenerse al margen de este dilema. Menos todavía instrumentar esta tragedia –que lo es y de enorme magnitud- para moderar la crítica periodística o incluso “vender seguridad” a medios y periodistas a cambio de su incondicionalidad; una prensa sumisa ante el poder es tan perniciosa como una prensa callada por el crimen organizado.
Tampoco preservar la palabra es asunto exclusivo de funcionarios, periodistas y dueños de medios. Toca a la sociedad movilizarse para crear una especie de escudo en torno a los que tienen el deber y la responsabilidad de informarla sobre lo que sucede.
La tarea no es fácil. ¿Cómo enfrentarse a asesinos despiadados que tienen, además, control territorial, base social, vasos comunicantes con los cuerpos policíacos? Urge un debate nacional y urge sobre todo exigir la libertad de los reporteros secuestrados y la seguridad para aquellos que continúan reporteando en el terreno, más ahora que la noticia de la muerte de Ignacio Coronel puede hacerles correr, a nuestros compañeros, riesgos más graves todavía.
Nos queda la palabra. Hagamos uso de ella: #losqueremosvivos.
www.twitter.com/epigmenioibarra
jueves, 29 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
vaya vaya, Ulises en América
Publicar un comentario