Que a Felipe Calderón Hinojosa le gusta saltarse las trancas no es cosa nueva. Por eso es que está sentado en la silla. Una tras otra las instituciones del Estado mexicano han venido sufriendo, en estos 4 años, los embates de este “hijo desobediente” que parece estar decidido a consumar, antes de entregar del poder, su demolición.
Tan dado a jugar a la guerra Calderón ha demostrado que es, sobre todo, un zapador nato. Convertir en guerra la lucha contra el crimen organizado hizo saltar por los aires a las instituciones de procuración de justicia y amenaza hoy con golpear incluso al Senado de la República.
Del sometimiento ante de la ley de los criminales se pasó, en estos 4 años de Calderón, a la tarea, propia de quien está en guerra según von Clausewitz, de eliminarlos. Si un policía tiene por propósito la captura de los criminales, a un militar la doctrina lo obliga a la aniquilación de las fuerzas enemigas.
El ya proverbial “se matan entre ellos”, que acaba de un plumazo con toda averiguación judicial y consagra la impunidad de los asesinos de casi 34 mil mexicanos, se vuelve también, como en Colombia o El Salvador, la coartada perfecta para las “operaciones de limpieza” conducidas desde el poder o bien toleradas por él.
La ley de la selva –y para muestra las declaraciones del Gral. Bibiano Villa a San Juana Martínez- impera ya en muchas zonas del país y, cualquiera puede ser asesinado, desde uno u otro lado de esta guerra que sin perspectiva alguna de victoria se libra, sin que los criminales sean siquiera investigados.
Y es que si no se investiga menos todavía se procesa a nadie o a casi nadie. Sólo unos cuantos de los miles de involucrados con el crimen organizado caen realmente en prisión y todavía menos son sentenciados y purgan hasta el final sus condenas.
Si un general que se respete, antes de ir a la guerra, ha de garantizar su tren logístico un mandatario que, obligado por la corrupción endémica de los cuerpos policíacos saque al ejército a las calles y emprenda la lucha contra el crimen organizado ha de garantizar, antes que nada, que el aparato judicial; fiscales, jueces, tribunales y el aparato penitenciario estén a punto para garantizar la captura y el debido proceso a los que caigan en manos de las fuerzas armadas.
Si esto no se produce y priman además criterios políticos y propagandísticos en la conducción de esa “guerra” y hay prisa por obtener resultados; aunque estos sean sólo spots en pantalla entonces, la justicia se transforma en venganza y se abre el espacio para la operación de escuadrones de la muerte.
Este proceso de descomposición acelerada que estamos viviendo, ya de por sí grave, se torna aun más complicado por nuestra vecindad con el país más poderoso de la tierra. Si en otros países de Latinoamérica han metido los norteamericanos las manos cómo no han de hacerlo, con más energía y decisión, en su patio trasero.
No son ajenas al Pentágono, a la DEA, a la ATF o cualquier agencia estadounidense esas urgencias mediáticas y a esa “ligereza jurídica”, por llamarla de alguna manera, del gobierno de Felipe Calderón. Menos todavía si está en juego su “seguridad nacional” y los muertos los ponen otros.
Ya en el pasado el gobierno de los Estados Unidos ha promovido o tolerado la formación de cuerpos paramilitares y escuadrones de la muerte en países donde han percibido una amenaza real o ficticia para sus intereses. Campeones de la ley y la democracia no suelen serlo tanto cuando se trata de “neutralizar” enemigos fuera de su territorio.
Los capos mexicanos, son para la paranoia tan convenientemente explotada por Washington, la nueva encarnación del mal. Eliminarlos a cualquier costo es su prioridad y para eso ni se andan con delicadezas ni se detienen ante consideraciones a propósito de la soberanía nacional, la justicia o los derechos humanos y menos de un país donde, piensan y lo repiten a cada rato, hay un “estado fallido” y está operando una “narcoinsurgencia”.
No sólo sobre la soberanía nacional sino sobre los restos de la mera noción de justicia en nuestro país han de pasar, con todos sus juguetes los norteamericanos. No está lejos el tiempo en que el “dron”, que ya sobrevuela nuestro territorio, lo haga cargado con misiles y haga más expedita la tarea.
Gravísimo resulta pues en estas condiciones que Felipe Calderón les abra incondicionalmente las puertas. Nada más erróneo que pensar que con un aliado como este, que no cierra su frontera a la droga que va de aquí para allá ni a las armas que vienen de allá para acá, tolera el consumo y deja impunes a sus capos locales vamos a alcanzar la paz en nuestro país.
“No sé que falta al presidente Calderón para entregar el mando” ha dicho la Senadora Rosario Green, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de la República. “Tiempo Señora, solamente tiempo” le respondo por este medio a la excanciller.
La guerra, su guerra, en esa dirección; la de cesión del mando ha encaminado, para desgracia del país, a Felipe Calderón. A menos, claro, de que el Senado de la República, de que la sociedad hagan algo para impedirlo.
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jueves, 17 de marzo de 2011
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1 comentario:
Saludos, una vez más le agradezco su artículo. Pero me acerco por esta vía a usted para hacerle saber que me tiene bloqueado en twitter, ignoro la razones, deseo seguirle y le solicito me permita hacerlo, es decir, que me desbloquee, ahora si es justificada el bloqueo que he recibido pues dígame las razones. Gracias
Twitter:
@ibdea
Saludos desde Ensenada, Baja Californa
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