jueves, 5 de julio de 2007

PAZ EN LA GUERRA

Se equivocan quienes piensan que la gente en México desea la guerra. O no conocen a los mexicanos o no tienen la menor idea de lo que la guerra y sus secuelas de destrucción y muerte significan. Hacen una muy interesada, ingenua y superficial lectura de lo que se vive en el país Los índices de aprobación que en las ultimas encuestas se registran, a favor de los operativos militares reflejan, por el contrario, cuánto y que tan hondo se desean la paz y la tranquilidad. Reflejan también el impacto de la propaganda gubernamental que tan ligera y groseramente habla de esta “guerra” que se libra contra el narco. La población no quiere a los soldados en las calles pero los prefiere, a pesar de los peligros que su presencia representa, a seguir viviendo en tierra de nadie.

Se equivocan también quienes atribuyen al despliegue militar ordenado por Felipe Calderón el aparente cese de hostilidades entre las distintas organizaciones criminales. No me parece que sea aun tiempo de que nadie se atreva a atribuir la calma chicha que vivimos al impacto, al éxito relativo de las acciones del gobierno federal. El combate al narcotráfico, más todavía en un tan avanzado proceso de descomposición como el que vivimos, es un asunto que va mucho más allá de la lógica de los fusiles y que toma mucho más tiempo y un muy variado y complejo andamiaje de acciones policíacas, políticas, culturales y sociales.

Acciones que, más allá de la propaganda y las buenas intenciones, exigen como base una muy clara legitimidad de origen en aquellos que detentan el poder. Triunfar en esta lucha implica tener la capacidad de convocar al país entero, de dirigir una profunda transformación. No se vence a la corrupción –sustrato fundamental del crimen organizado- si no se procede de una elección indiscutiblemente limpia. A Calderón le urge actuar pero lo que las urnas non dan; operativos espectaculares non prestan.

Es posible, además, que lo que estamos viviendo obedezca sólo a un reacomodo de fuerzas. Los narcos aprenden a maniobrar ante la nueva situación que se vive en el terreno, ordenan sus objetivos y se preparan a desplegar, quizás, un nuevo orden de batalla. Antes competían –como saben hacerlo; con ejecuciones y decapitados- por el mercado entre ellos; es muy probable que ahora enderecen sus ataques contra las fuerzas federales que se han vuelto, más allá de las rencillas entre carteles, el obstáculo mayor para el negocio.

El incidente epistolar, protagonizado por los abogados del chino de los 205 millones de dólares bajo el colchón, quien se da el lujo de chantajear al gobierno federal, puede muy bien indicar el cambio de mentalidad y de formas de operación de un poder paralelo que, superando sus divisiones, se dispone a retar unido al estado. Se antoja que hay una conexión entre la clama chicha y este inédito esfuerzo de negociación entre el crimen organizado y el gobierno.

Se saben, los capos, con fuerza suficiente para hacerlo; se sienten traicionados por aquellos con los que han estado unidos, por décadas, por una enorme y variada cantidad de vasos comunicantes. Nacieron a la par del antiguo régimen al que sirvieron y del que recibieron las parcelas que hoy explotan, se expandieron a la sombra del gobierno de Vicente Fox quien les cedió porciones completas del territorio nacional y hoy no han de ceder graciosamente lo que les fue entregado. No van a perder su negocio. La lucha apenas empieza.

Porque de eso se trata; de un negocio que opera con enormes dividendos gracias al crecimiento explosivo del consumo y gracias también a la porosidad del sistema financiero, nacional e internacional, que con enorme facilidad permite que el dinero sucio se incorpore al circuito del dinero legal. De qué sirven tantos miles de hombres sobre las armas en las calles y campos del país si los de cuello blanco trabajan, fortaleciendo el mercado, en la más absoluta impunidad. De qué sirve el despliegue del ejército, además, si la corrupción hace que pese a ese despliegue los capos y su mercancía se muevan también de un lado a otro.

Pactada o no por los carteles -o entre ellos, o algunos de ellos y el gobierno- vivimos la paz en la guerra. El aparente cese de las ejecuciones presagia –más que el imperio de la tranquilidad que desean los ciudadanos- un estallido de aun mayores dimensiones. Así es la guerra esa que con tanta liberalidad nombramos por aquí. Se alimenta de estas pausas, crece cuando callan los fusiles, no hace sino volverse más sangrienta cuando, por un momento, dejan de rodar las cabezas.

2 comentarios:

Oswaldo dijo...

La idea de que el gobierno mexicano enfrenta una guerra contra el narco ha permeado a otros estratos delictivos gracias a las campañas mediáticas que nos quieren enseñar a vivir bajo un estado policial.

La ola de asesinatos de policías que ocurrió en Sonora, debido a que hay elementos que trabajan para distíntos capos, les ha dado ideas a los criminales de poca monta.

Es común que cuando los agentes municipales acudan a un reporte de violencia o robo, los delincuentes les respondan cínicamente "por eso los matan". Y el concepto de que es viable asesinar policías no se queda en la mente nublada de los adictos a la cocaína o el crystal.

Hace unos días, un hombre que amenazaba con una pistola a quienes presuntamente le faltaron al respeto a su pareja, recibió a balazos a dos oficiales. Los mató antes de que pudieran decirle una sola palabra, para luego escapar en la patrulla de los agentes y suicidarse con su .357 Magnum.

Estamos llegando a situaciones no previstas por Calderón y sus asesores castrenses.

No se trata de sicarios, sino de delincuentes de barrio relacionados con el consumo y narcomenudeo que sienten que la "guerra" es contra ellos, y no titubean para disparar contra cualquier uniformado.

Un saludo desde Hermosillo.

BCASARINZ dijo...

esta administracion esta haciendo lo que los anteriores regimenes priistas no hicieron, ver por la seguridad de sus gobernados
FELICIDADES AL PRESIDENTE CALDERON !!