jueves, 17 de enero de 2008

EL SALVADOR: 16 AÑOS DE UNA PAZ DISTINTA

(Primera parte)



Siempre pensé que la guerra en El Salvador, como a muchos de mis colegas con menos suerte o más agallas, me costaría la vida. No fue así. Tuve el privilegio de sobrevivir. Tengo el compromiso de no olvidar. Se han cumplido, este miércoles pasado, 16 años de la firma, aquí en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, de los acuerdos de paz entre el FMLN y el Gobierno salvadoreño. No puedo menos que reflexionar sobre esa fecha. En esa guerra me hice; de ahí salí marcado para siempre. Esa paz negociada definió mi destino. Más allá, sin embargo, de la anécdota personal es preciso señalar que ahí, en esa guerra que cobró más de setenta y cinco mil vidas inocente, que desgajó un país entero y pese a la desmemoria generalizada, dio un giro dramático a la historia de América Latina. Un giro que, por esa soberbia metropolitana que nos caracteriza, nos negamos a reconocer.

No sólo fue el conflicto en El Salvador la última guerra caliente de la guerra fría. No sólo fue tampoco el escenario de las operaciones militares de mayor envergadura en el continente americano después de la revolución mexicana y también de las hazañas guerrilleras más sobresalientes. Así como en la guerra se abrieron nuevos horizontes, ahí, en El Salvador, se dibujó también el futuro de los conflictos armados en nuestro continente; se abrió, como nunca, la perspectiva de la negociación como una nueva forma de victoria.

De una victoria que alcanza a todos; a quienes combaten y a quienes sufren las consecuencias del conflicto. A quienes están de un lado y a quienes están del otro. Una paz que todos conquistan; unos, a costa de sueños, otros, a costa de su realidad. Ahí pues se establecieron las bases de la nueva paz que podríamos perseguir en nuestros países; casi diría de la única. Ahí, además, las Naciones Unidas y la diplomacia internacional se revistieron de una dignidad y una fortaleza que es preciso, después de su vergonzoso papel en el actual conflicto en el Golfo Pérsico, recuperar.

Ni el Pentágono ni la CIA olvidan lo aprendido en ese conflicto. No es casual que muchos de los programas que aplican en Irak se basen en lo que experimentaron durante los 12 años de guerra en El Salvador. Años que significaron una injerencia creciente y miles de millones de dólares invertidos en apoyo al ejército gubernamental. Tampoco es casual que los soldados de ese mismo ejército que hoy forman parte de las fuerzas de ocupación en Irak se encarguen, a la sorda, de las más duras tareas de combate en ese país.

Antes que en El salvador en Cuba y luego en Nicaragua las insurrecciones guerrilleras terminaron por derrocar dictaduras. Batista y Somoza huyeron. Sus ejércitos, tan sanguinarios como ineficaces, más guardias pretorianas que otra cosa, fueron incapaces de contener el avance de las fuerzas rebeldes que no eran demasiado grandes, ni demasiado efectivas en el combate. No necesitaban serlo. La acción militar de la guerrilla, salvó algunos combates de gran envergadura, operó más bien como el detonante de un gran movimiento social que condujo, a la postre, a la caída de las dictaduras.

Washington por su parte, sin experiencia ni miedos, decidió, en ambos casos retirar el apoyo a tiranos que resultaban ya, por sus atrocidades y latrocinios, absolutamente impresentables. Más que buscar fórmulas de apuntalamiento de las dictaduras de Fulgencio Batista y Anastasio Somoza. Más que apostar por el maquillaje de las mismas los gobernantes norteamericanos de entonces; republicanos y demócratas, decidieron simplemente quitarles el piso. La victoria guerrillera se produjo entonces, tanto en Cuba como en Nicaragua de la manera tradicional. Es decir el vencedor ocupó las ruinas humeantes del cuartel general del vencido.

El gobierno estadounidense, en el caso de Cuba, tardó en reaccionar. Apoyó a la contrarrevolución demasiado tarde. Cuando ya había perdido todo control territorial. Se empeñó en la desastrosa invasión de Bahía de Cochinos sufriendo la CIA –porque fue la agencia gubernamental norteamericana la que orquestó y dirigió la operación- una aplastante derrota. De la acción militar directa pasó a los atentados terroristas y al hostigamiento y de ahí al cerco económico de la isla. La experiencia sirvió de algo y en Nicaragua, más pronto que tarde, Washington financió, entrenó y avitualló a la contra sumiendo a la patria de Augusto César Sandino en una guerra mucho más cruenta y costosa que la insurrección sandinista. A la violencia armada sumó la violencia diplomática y el acoso económico.

En El Salvador la historia fue distinta. Washington se dispuso a defender la plaza a toda costa; ganar la guerra, como nunca antes, en un país tan pequeño, tan poblado, con ese gigante respaldando al ejército y al gobierno, implicaba un despliegue extraordinario de recursos. Es de esa hazaña que hablaremos la próxima semana.

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