jueves, 6 de marzo de 2008

GUERRA ES GUERRA: CASI SIEMPRE

Álvaro Uribe, Presidente de Colombia y quien en el pasado como componente de su estrategia contrainsurgente utilizó sin mediar escrúpulo a los sanguinarios paramilitares, juega otra vez con fuego. La violación de la soberanía ecuatoriana, con la incursión que cobró, entre otras, la vida de Raúl Reyes, el segundo al mando de las FARC, ha tensionado aun más una región que comparte selvas, guerra, pobreza, impunidad e injusticias, tráfico de drogas, donde las líneas fronterizas se han borrado, y que se ha convertido en una verdadera bomba de tiempo cuya explosión afectaría la estabilidad de toda América Latina.

En sentido estricto, si existiera una estrategia de presión permanente sobre el mando de las FARC, a Uribe le tocaría ahora incursionar en Venezuela donde, es sabido, hay también campamentos de esa, muy descompuesta por cierto, organización guerrillera y si eso pasa la bomba estalla.

Dudo, sin embargo, que esto suceda. El golpe al campamento de Reyes, más cancillería, más oficina que campamento militar, es la excepción de la regla. El aprovechamiento coyuntural y limitado de una oportunidad impuesta más por el contexto internacional y la intención de modificar a punta de balazos la correlación de fuerzas regional – y neutralizar así el protagonismo de Chávez- que la decisión real de Uribe de, por fin, pasar a la ofensiva.

Y es que la guerra -“Guerra es guerra” se decía en el Salvador para justificar la actividad militar constante y radical- en Colombia, más que una forma de acabar con la vida del contrario, se ha transformado en una forma de vida para ambos bandos.

El ejército se beneficia desde hace décadas con el conflicto y en el terreno, sin actitud ofensiva y falta de coraje, muestra poca o nula voluntad de acabar totalmente con su enemigo. Tiene razones, miles de millones de dólares que no cesan de llegar de Washington, para no hacerlo.

Otro tanto sucede con las FARC cuyo carácter “revolucionario” se ha perdido con el paso del tiempo. Con más armas, recursos y hombres que cualquier guerrilla en América Latina las FARC, integradas mayormente por “combatientes” asalariados, no se empeña tampoco a fondo en el combate.

Pareciera que entre ambos bandos han decidido mantenerse sobre las armas pero sin usarlas y repartirse el botín que la guerra, que mantienen sin librarla, les deja; unos el proveniente de Washington y otros, vaya paradoja pues lo genera fundamentalmente el consumo de droga en los mismos Estados Unidos, el que resulta del trafico de estupefacientes.

No hay guerrilla ni ejército que soporten sin descomponerse una tregua prolongada, como la que hace tiempo y por seis largos años pactaron el Gobierno Colombiano y las FARC y como la que hoy mantienen enmascarada. “Nadie –me decía en el frente de guerra un Coronel salvadoreño- se va a la guerra con el refrigerador a cuestas”.

Años, como en Viet Nam, duró la negociación en El Salvador. Nunca se suspendieron los combates. Al contrario, para sentarse a la mesa en mejores condiciones las partes arreciaban los enfrentamientos. Ni combatiendo ni negociando ni haciendo ambas cosas a la vez quieren las partes acabar la guerra en Colombia.

Tampoco hay ni ejército ni guerrilla que resista las tentaciones, la corrupción que genera el establecimiento de una especie de acuerdo tácito de coexistencia armada que paga y muy caro la población civil.

Un ejército que cede a su enemigo control territorial, centenares de miles de kilómetros cuadrados además, traiciona su misión fundamental y debilita estructuralmente al estado de cuya sobrevivencia debería ser garante. Una guerrilla que posterga, por décadas, el asalto al poder, llevando al extremo el principio de la Guerra Popular Prolongada de preservación de las fuerzas propias, se convierte al cabo de los años en sólo una banda criminal.

Esos 16000 o más hombres armados que forman las FARC, son ya más que una fuerza ofensiva la guardia pretoriana de un mando que vive cómodamente instalado en sus santuarios en el interior del país y en los que, naturalmente, mantiene en territorio de los países vecinos.

Las incursiones trans-fronterizas son ineludibles en la guerra de guerrillas que logística y operativamente no reconoce fronteras. Esos han sido los casos, por citar algunos, de la contra nicaragüense, de los sandinistas, de la guerrilla guatemalteca, del FMLN que han golpeado y han sido golpeados más allá de la frontera de los países donde operaban. No discuto que estas operaciones violenten las leyes internacionales. No las apruebo, ni justifico. Establezco sólo que se producen de manera constante y que el que se confía o se acostumbra se muere.

Raúl Reyes murió como resultado de ese aletargamiento de la guerra prohijado tanto por su organización como por su enemigo. Fue victima, todo parece indicarlo, de la observación directa, por fuente humana, por una patrulla “Recondo” o de reconocimiento a profundidad (PRAAL) que estableció sus usos y costumbres. En su campamento, en su oficina, esto puede inferirse por el hecho de que todos los cadáveres estaban semidesnudos, el nivel de alerta era muy bajo y eso facilitó la tarea a los atacantes que sólo sufrieron una baja.

Reyes cayó, cuando la guerra en Colombia se volvió por un momento, en una noche de sangre, guerra-guerra. Cuando Uribe, jugando con fuego, transgredió al mismo tiempo las leyes internacionales y ese cómodo acuerdo tácito de combatir poco y de vez en cuando.

No hay comentarios: