Querido Carlos:
Andas de cumpleaños y nosotros, por ese mismo motivo, faltaba más, andamos de fiesta. Hablé con Carlos Payán hace unos minutos; como es jueves y me toca escribir mi artículo semanal, paso lista con él –imagina los lujos que me doy- de los asuntos relevantes y discutimos los temas que puedo y debo tocar, así que, por teléfono Virgilio, digo Payán, me dijo: “Escribe ahora sobre Carlos” y yo que, por mi parte, andaba pergeñando desde hace unos días esa posibilidad, decidí, no por cierto sin miedo, terminar de lanzarme al ruedo y aquí estoy tratando de decirte y decirle a quien me conceda unos minutos de su tiempo, algo de lo que pienso de ti, de lo que para mí y mi generación, para mi país, representas.
Trato sólo –deformación de camarógrafo, vicio además de corresponsal- de hacerte un apurado, movido y muy personal acercamiento. Por eso hablo de mi país. En circunstancias así no se usa tripié, se va cámara en mano. Se aprieta el zoom y aun a riesgo de perder el foco se mantiene el encuadre. No se trata en todo caso sino de mi mirada, una mira agradecida, buscándote. Con todo y gatos si tú quieres. Rodeado de libros y papeles. Memorioso como el que más. Congruente como pocos. La melena alborotada –lo que queda de ella- joven de apenas 70 años.
Muchos textos, de muy brillantes y talentosos escritores además, se han publicado sobre ti y tu obra en estos días. Azuzado por Payán, impelido por el cariño, el respeto que me mereces y la admiración a tu obra, me atrevo pues en estas líneas a sumarme al homenaje. Sea esta mi manera de apagar junto a ti las velas del pastel.
Quiero decirte que si bien el Gabo –junto a él te veo del brazo- me enseñó a mirar esta América nuestra con otros ojos, tu me has enseñado a escucharla también de otra manera, a distinguir su voz, sus voces más profundas, a disfrutar su canto, la sonoridad de su risa, el latigazo y la rabia del reclamo, a sufrir sus lamentos, el poder de la poesía, la música del pregón popular, la vacuidad, la fatuidad del discurso político. Diría que “contigo aprendí” –pero la cita ya me la ganaron en una carta ahumada- desde los programas en radio UNAM hasta “Días de guardar” a oír con atención desmesurada, a estar atento, a escudriñar con más cuidado los pliegues de la realidad.
Porque lo tuyo querido Carlos es la mirada crítica constante. Esa que no se conforma. Que somete todo a su escrutinio implacable y certero. Que como rayo, un rayo que no cesa, diría Miguel Hernandez, un rayo láser, diríamos en su versión tecnológicamente correcta, disecta, separa, penetra, organiza. Y también entonces –nada sería la crítica sin ella- habría que decir que lo tuyo es la memoria; la más exhaustiva, la más puntual, la más gozosa. La de la totalidad de los versos de un poema, la de cualquier estrofa de cualquier canción, la de los hechos y las acciones de los hombres, de los héroes y de los truhanes, la de libros y los dichos, las películas, los grabados y las fotos. Una memoria sorprendente que no hace sino revivir el asombro.
Cuenta Payán de aquella tarde en casa de Pérez Gay en la que, competencia de memoriosos, decían a coro Garcia Márquez y tú, luego de un debate sobre la calidad literaria y el compromiso político, la oda a Stalingrado de Pablo Neruda. Le enmendaste entonces la plana al Gabo. Tú te acuerdas de todo querido Carlos. ¿Cómo le has hecho para vivir con eso? Inabarcable como es la vida te las arreglas para estar presente en casi todos lados.
Y sí. Estás presente, nunca has faltado, del lado de las causas más justas de nuestro país, de los reclamos más sentidos de nuestro tiempo. Ni el poder, ni la fama te han seducido y menos reclutado. Tampoco el fanatismo o el dogma te han cegado. No haces ni reverencias, ni panegíricos. Siempre del mismo lado, en la misma trinchera te encontramos, pero siempre crítico, siempre atento a señalar lo que quita razón, justicia, sentido a una lucha.
Lo tuyo pues es la congruencia, la consistencia. Por eso digo que eres un muchacho de 70 años. Por la pasión juvenil con que abrazas la causa del laicismo, de la justicia, de la diversidad sexual y la tolerancia, de la lucha contra el Sida, del papel del intelectual como contrapeso del poder sea este del color que sea.
Te miro todavía recorriendo ese cementerio en Los Altos de Chiapas -¿te acuerdas qué espectáculo?- donde sobre las tumbas colocan los maderos del ataúd. Te veo en tu casa, con tus libros, tus cajas y tus colecciones, esas que ahora están en el estanquillo y de las que sin duda te habrá costado desprenderte. Te imagino con ese sweter rojo que Payán te prestó para que actuaras en una película “y que Monsivais me devolvió” apunta tu tocayo. Te veo entre jóvenes, rodeado de jóvenes. Aprieto el zoom, te enfoco, te me escapas. No importa; había que intentarlo siquiera. Te acuerdas de Brecht y de aquello de los imprescindibles. Entre ellos te veo.
jueves, 22 de mayo de 2008
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1 comentario:
¿Virgilio? ¿Brecht? No: se trata de los Carlos (Payán y Monsiváis) y Epi-gmenio. Nada imprescindeble, simplemente: a confesión de parte... relevo de pruebas. EPIGAMENIO IBARRA ESCRIBE POR ENCARGO DE CARLOS (PAYÁN), y ahora la hizo de zalamero ante otro Carlos (Monsiváis)...
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