Mientras Barak Obama trata de enviar múltiples e inequívocas señales de paz al mundo musulmán para preparar así una eventual, aunque no necesariamente posible o rápida al menos, retirada de las fuerzas estadounidenses desplegadas en Irak, los altos mandos del ejército y de las agencias de seguridad comienzan, en previsión de que ese conflicto tan poco rentable desde el punto de vista político se desactive, a buscar su nuevo enemigo externo.
No es la de los militares y expertos una voz que clama en el desierto. La industria del entretenimiento y la comunicación los acompaña con singular entusiasmo en la cacería. No hay en los Estados Unidos nada tan necesario, taquillero y popular como un buen villano.
Fieles a la ancestral tradición que, según Carlos Fuentes, parece dar sentido a su existencia, los norteamericanos se preparan para arponear de nuevo a Moby Dick, la ballena blanca de Herman Melville a la que el capitán Ahab persiguiera incansable por los siete mares.
Abandonó, en medio del mayor descrédito, George Bush la Casablanca. Llega a ella con renovada fuerza y con la carga de expectativas difíciles de cumplir a corto plazo Barak Obama. La travesía de Norteamérica debe continuar. El nuevo capitán necesita un objetivo para enderezar el rumbo; México, que por cierto y más allá de las más elementales fórmulas de la cortesía diplomática, no es particularmente cercano al corazón de Obama y menos al del grueso de los votantes que lo llevó al poder, parece el mejor colocado para ocupar esa posición de dudoso privilegio.
Al salir del centro de la escena Osama Bin Laden –cuya persecución era el sello distintivo, la marca registrada, la franquicia de la administración pasada- se busca ahora al villano favorito e indispensable para la nueva época. Fácil y cercana les ha resultado a estrategas, políticos y publicistas esta vez la tarea. Con sólo mirar al sur de su frontera han encontrado al monstruo que necesitan.
Comienzan a proliferar y a tener cada vez más impacto, en los círculos militares y políticos de Washington, ahí donde se toman las decisiones, los informes de inteligencia, las opiniones y predicciones de académicos, funcionarios y especialistas en materia de seguridad sobre el catastrófico futuro que espera a México y los riesgos que, este colapso anunciado del estado en nuestro país, entraña para la seguridad interna de los Estados Unidos.
No necesitan, ciertamente, los expertos, una bola de cristal, el despliegue de satélites sobre nuestro territorio o demasiada información clasificada para arribar a estas conclusiones y arraigarlas en la opinión pública de ese país. Basta tan sólo conque echen una ojeada a los periódicos mexicanos y divulguen adecuada y masivamente, entre una población que naufraga en la “tormenta perfecta” y que ya de por sí nos considera una amenaza para el empleo, las cifras y hechos que nuestros diarios consignan diariamente.
Los inauditos excesos criminales del narco, la ineficiencia proverbial de las fuerzas del orden, la corrupción endémica, la impunidad conspiran activamente contra la imagen de un país y un estado viables. De nada sirve el esfuerzo propagandístico gubernamental –que ni siquiera aquí tiene los efectos deseados- para dar seguridad y confianza a los norteamericanos.
Migración ilegal, que la crisis previsiblemente hará aumentar a niveles históricos y la violencia del narcotráfico que, inevitablemente irá en aumento, en tanto que el consumo de estupefacientes en los Estados Unidos, a causa de la misma crisis, registrara un repunte también histórico, se combinan en estas circunstancias y de manera fatal para los intereses de México y los mexicanos. Además de necesario y cercano somos, en tanto que tenemos atractivo para la elite política, los medios y el populacho, el enemigo ideal.
Muchos años y miles de millones de dólares, llevan ya, Hollywood y la televisión norteamericana dibujando los rasgos esenciales de este nuevo villano. Se le ve en las películas y en las series de televisión, matón, folclórico y sanguinario traficando drogas con las manos manchadas de sangre y del brazo del policía o el funcionario mexicano corrupto.
En los últimos tiempos, en las series más exitosas de la televisión, se asocia a este villano emergente con fundamentalistas islámicos, quienes lo utilizan para introducir en territorio estadounidense los elementos para construir bombas sucias o desatar ofensivas bacteriológicas; Osama pasa así la estafeta al Chapo y sus pares. Entre el narcotráfico y el terrorismo se borra la distancia como tiende a borrarse, desgraciadamente entre la opinión pública, la que separa al capo del indocumentado.
No han hecho jamás las administraciones norteamericanas, demócratas o republicanas, los medios de comunicación, un análisis serio, profundo, radical de su responsabilidad real en el surgimiento y desarrollo del terrorismo de Alquaeda. Ellos crearon a Osama.
No habrán de hacer, mucho me temo y empeñados como están en la configuración de su nuevo enemigo externo, el análisis de las causas reales de la violencia desatada por el narcotráfico en nuestro país y que –la paja en el ojo ajeno- consideran hoy una amenaza contra su seguridad interna.
Olvidan convenientemente que las armas y los dólares vienen de allá. La gente muere, el estado mexicano colapsa porque en los Estados Unidos los gobernantes no hacen nada para combatir el consumo, para capturar a sus capos locales. Fue Ahab, ojalá Obama mirara también al sur y pensara en eso, quien hizo crecer a Moby Dick.
jueves, 29 de enero de 2009
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