Tenía que suceder así. En la guerra los golpes, a pesar de la propaganda triunfalista gubernamental, no sólo van de aquí para allá; vienen también de allá para acá y pueden ser tan brutales y continuos como los que se asestan al enemigo. El poder de fuego que una de las partes empeña en el terreno hace por necesidad que la otra escale, en un proceso dialéctico, el suyo propio. Si uno pone los blindados en la calle el otro saca los rockets para perforar el blindaje; si uno comienza a hacer uso operacional sustantivo de medios aéreos el otro está obligado a hacerse de misiles y a utilizarlos.
A fin de cuentas conseguir estos pertrechos es sólo cuestión de dinero y durante años los narcos, a los que los dólares les sobran, han acumulado, gracias a la indolencia de las autoridades norteamericanas y a la laxitud de sus leyes, armas de guerra, munición y explosivos en cantidades suficientes para hacer frente a las fuerzas federales y nivelar las condiciones de combate. Que escalaran su poder de fuego y comenzaran a hacer uso de las armas que ya tenían en su poder era sólo cuestión de tiempo.
Hasta ahora –siendo la mayoría de los sicarios e incluso de los capos más comerciantes y asesinos que combatientes- solían los narcos salir corriendo ante la presión de la policía y el ejército dejando tiradas tras su huida toneladas de armamento y munición. En muy pocos casos, sólo si un capo mayor se veía amenazado y estaba dispuesto a vender cara su libertad o si el dinero que podían perder era mucho, oponían resistencia. Hoy las cosas parecen haber cambiado.
Los narcos han pasado a la ofensiva y ésto, las emboscadas, los ataques a cuarteles, el desalojo de la policía federal de sus posiciones en la zona de Lázaro Cárdenas es, me temo, sólo el principio. Guerra es guerra y lo que sigue antes que mejorar, de eso debemos estar concientes, habrá de ir empeorando.
Y si las guerras en nuestros días, en general, en lugar de terminar con la destrucción total del enemigo finalizan con procesos de negociación en los que ambas partes ceden parte de sus sueños y de su realidad en función del desgaste sufrido, de la pérdida del apoyo social o, en algunos pocos casos, de la convicción de que es preciso hacer un sacrificio en pos de un bien mayor: la paz en el país, por ejemplo; en nuestro caso, desgraciadamente, éste no parece, éste no puede ser, el camino a seguir.
Hablar con los narcos, soñar siquiera con sentarse con ellos en la mesa de negociación, no es, de ninguna manera, un gesto de patriotismo, de sensatez, de realismo político si se quiere, es una rendición incondicional del estado ante el crimen organizado. Quien habla con criminales, quien cede ante su presión y cae en la tentación de buscar la paz a todo trance termina siendo tan criminal como ellos.
Lo sabe bien “La Tuta” o aquel que en su nombre hizo una propuesta de diálogo entre “La familia” y el gobierno de Felipe Calderón. Quieren ganar los capos la guerra y han encontrado un nuevo camino para lograrlo. Intentan poner al gobierno, ayuno de resultados por más propaganda que haga, contra la pared y lo están logrando.
Huelen los mandos de “La familia”, ese grupo paramilitar que tiene doctrina, control territorial, base social y poder político (como otros grupos criminales en el país) la debilidad creciente del gobierno federal, saben que después de su colapso electoral y debido también a su falta crónica de legitimidad, Calderón es incapaz de conseguir el consenso social que el escalamiento del conflicto exige.
Perciben con claridad el hartazgo de la población civil a la que, al tiempo que amedrentan y extorsionan ofrecen posibilidades de negocio y hacen ofertas de paz y tranquilidad. Están conscientes, les basta leer la prensa diaria o sentarse un momento frente a la televisión, del escepticismo galopante de los medios ante la guerra declarada por el gobierno federal. En las páginas de los diarios son muchos los que exigen –sin para mientes en el problema del consumo en los EEUU- un fin imposible a una guerra que no puede dejar de librarse y que apenas empieza.
Han decidido por esto los criminales y Michoacán es sólo el primer escenario de este nuevo tipo de combate, presionar simultáneamente en dos flancos al gobierno; el político, apostando al cansancio de la opinión pública y a su impaciencia ante la falta lógica de resultados en el combate al crimen organizado y el militar, cargando ahora la mano a quienes, en las fuerzas federales y ante la opción de plata o plomo, no se han decidido aun a colaborar con ellos. Quien no aceptó la plata recibirá plomo a granel. Tremenda prueba moral tienen ante sí policías y militares.
Antes de soltar la propuesta desataron los capos una sangrienta ofensiva; es de esperar que ahora, para hacer más apetecible la misma sigan empujándola a tiros. De ahí al uso de explosivos -“la bomba atómica del pueblo” los llamaba Pablo Escobar- a los atentados contra altos dirigentes políticos y periodistas sólo hay un paso y lo van a dar. El olfato les dice que tienen en este momento ventaja estratégica y no van a dejar de aprovecharla.
El discurso oficial, carente de verdad y precisión, orientado por publicistas banales, no ha hecho sino abonarles el camino. Disfrazado de soldado, lanzando arengas patrioteras Felipe Calderón se lanzó a una guerra que ni puede ganar, ni puede dejar de librar. Un amplio acuerdo nacional sería necesario, indispensable, para enfrentar con decisión esta amenaza; o trabajamos en eso o terminamos, todos, avasallados por los criminales.
jueves, 16 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario