Para Rosalba a quien tanto queria.
Pase muchas navidades lejos de los míos en países en guerra compartiendo la zozobra de aquellos que sabían que la paz de esa noche era solo un artificio y que la muerte y la violencia agazapadas seguían ahí listas para saltar sobre ellos con renovados brios. Hoy con los míos, en mi patria, esa vieja zozobra se reanima solo que ahora la cámara, el oficio y las mínimas certezas que me acompañaban han desaparecido y la angustia de otros, que antes retrataba, es hoy la mía.
¿Qué paz ha de haber en esta noche con más de un millón de nuevos desempleados que se suman a los millones que batallan en las calles y no tienen con que llevar a casa la cena o los regalos y a los que la frustración y la impotencia hieren en lo más hondo?
¿Qué paz ha de haber con centenares de miles de familias en las que el padre o la madre, los hermanos o los hijos han debido partir al norte para tratar de encontrar una manera de sobrevivir y están entonces quebradas, separadas por un muro y un papel que les condena a la ilegalidad y les dice que habrán de ser muchas las navidades escindidas?
¿Qué paz ha de haber en esta noche sabiendo que muchos millones mas de mexicanos han engrosado, en estos últimos meses, la filas de quienes sobreviven apenas en la pobreza extrema y para los que la navidad no significa mas que la insultante certeza de en este país cortado de tajo por la desigualdad a otros, muy pocos, les toca de todo lo que la vida ofrece y a ellos, los mas, no les toca nada?
¿Qué paz ha de haber en esta noche cuando cientos de miles de mexicanos (soldados, policías, funcionarios judiciales, sicarios, narcomenudistas, capos, campesinos que cultivan mariguana o amapola, comerciantes extorsionados por los narcos, civiles que viven en la tierra de nadie) están involucrados, de alguna manera, o son victimas en una guerra sangrienta que amenaza con extenderse a todo el territorio nacional y prolongarse por años o por décadas y donde los enemigos combaten sin respeto a los mas elementales principios de humanidad y la barbarie, que ya rebasa todos los limites del horror, ha dejado de alguna manera de sorprendernos?.
¿Qué paz ha de haber cuando la simulación y la mentira, la ineficiencia y el cinismo son el modus operandi de nuestros gobernantes tan dados a culpar al mundo de lo que aquí sucede, tan incapaces de reconocer sus propias culpas y mientras –por acción u omisión del poder- continúa instalado entre nosotros el imperio de la corrupción y la impunidad?
¿Qué paz ha de haber cuando las fuerzas del estado, la que deberían actuar con la ley en la mano, en cuya civilidad tendríamos que confiar, en cuyo recto proceder deberíamos depositar las esperanzas del fin, algún día, de esta sangrienta confrontación actúan como los mismos narcos a los que combaten y envían ominosos mensajes con los despojos mortales de su enemigo?
¿Qué paz ha de haber cuando irresponsablemente o peor aun resultado de un designio estratégico, de la doctrina de la muerte ejemplar, las fuerzas del orden desatan la ley del talion, fortalecen en sus enemigos la moral de combate que pretendían minar y abren las puertas al terrorismo y a la barbarie?
¿Qué paz ha de haber cuando una familia entera –en el afán estéril, porque en estos casos la propaganda no sirve para nada, de homenajear al héroe caído- es exhibida en la pantalla y en las paginas de los diarios y a las pocas horas masacrada mientras los mandos que desataron el horror, los políticos que pretenden atribuirlo a empleados menores se mueven, blindados y tranquilos, rodeados de sus impresionantes dispositivos de seguridad?
¿Qué paz ha de haber mientras la muerte aquí; los granadazos, las ejecuciones sumarias, las masacres permiten que en New York o Los Ángeles, de donde siguen llegando los dólares y las armas y ante la mirada de un gobierno que tolera el consumo y no persigue a sus propios narcos, esta noche millones de norteamericanos se dispongan a enfrentar la depresión crónica de la nochebuena con una grapa de coca o un carrujo de mariguana llegado del sur, de nuestra tierra ensangrentada?
¿Y de que paz hablan los supuestos pastores, los altos jerarcas de la Iglesia católica, que predican, con estridencia, desde el pulpito y los medios de comunicación la intolerancia, el linchamiento de las minorías, lanzando furiosas anatemas y cerrando las puertas del cielo a los que llaman pecadores, perversos, seres desviados que actúan contra la naturaleza, mientras mantienen las puertas y las arcas de la iglesia abiertas a los narcotraficantes y cierran los ojos ante los curas pederastas?
¿De que paz hablamos esta noche? De una que hoy es solo espejismo pero por la que, en tanto que esperanza y derecho de todos, hay que luchar. De la que nace de la justicia y la democracia: entendida esta última como una herramienta efectiva para zanjar, para acortar la brecha de la desigualdad. Caldo de cultivo de los males que nos aquejan.
lunes, 28 de diciembre de 2009
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1 comentario:
de acuerdísimo...
paz interior es lo que no han de tener aquellos que predican la paz y hacen la guerra...
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